Portada 3

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miércoles, 18 de marzo de 2015

Marco Tardelli corriendo por el Bernabéu


Hay imágenes que quedan grabadas en la mente para siempre, más si cuando se producen eres un niño. El 11 de julio de 1982 yo estaba a punto de cumplir 10 años y el Mundial de España fue el primero que viví plenamente, tengo algún vago recuerdo de Argentina 78, de la Eurocopa de Italia de 1980, más nítidas tengo las imágenes de aquella semifinal de la Copa de Europa de 1981 contra el Inter en la que el Real Madrid tuvo que esperar en el centro del campo a que la policía garantizara la salida del césped al equipo madridista en el antiguo San Siro, tras ganar el pase a la final de París, contra el Liverpool.
                                                        


Pero estamos en aquel 11 de julio, con la final del Mundial. La
República Federal de Alemania contra Italia. Para un madridista confeso lo más lógico era haber apoyado a Alemania, por Hans Peter Briegel, me flipaba ese jugador con las medias caídas a lo Gordillo, incansable durante los 90 minutos; también por Pierre Littbarski, pero sobre todo por Paul Breitner -ex jugador merengue- y Uli Stielike, en 1982 era uno de los dos jugadores extranjeros que tenía el Madrid. Pero no, yo iba con Italia. El principal motivo era que mi padre, por motivos familiares obvios iba con ellos y eso es más que suficiente para un niño. Pero había más, estaba el elegante medio Bruno Conti, estaba Paolo Rossi el pichichi del Mundial, el entrenador era Enzo Bearzot un tipo que parecía sacado de las películas de cine negro de los años 30, con su nariz de boxeador y su sempiterna pipa en la boca. Pero había más, Alemania protagonizó uno de los mayores escándalos de los Mundiales con aquel partido en Gijón contra Austria, donde el público terminó pidiendo que se besaran los jugadores de ambos seleccionados. También el equipo germano alineó en la final sin ningún tipo de pudor al infame Harald Schumacher, quien casi se carga, literalmente, a Battiston en la semifinal de Sevilla contra Francia. Si había que elegir entre este tipo y Dino Zoff, la duda estaba meridianamente clara, es como tomar partido entre Lee Marvin y James Stewart en El hombre que mató a Liberty Valance.


Volvemos al 11 de julio de 1982, al abarrotado Santiago Bernabéu, minuto 67 de la final.
Italia va ganando por 1-0 gol de Paolo Rossi, lanza un contra ataque a la portería del fondo sur. Bergomi, madre mía Giuseppe Bergomi el eterno 2 del Inter, y Scirea se pasan el balón dentro del área sin saber muy bien qué hacer con él ante la pasividad de la defensa alemana que realmente estaba fundida. Retrasan el balón al borde del área donde estaba Marco Tardelli, éste controla el balón con la zurda, el Tango, esférico que marcó a varias generaciones, describe una pequeña parábola con efecto en el bote quedando manso para el remate. Mientras dos jugadores germanos intentan impedir lo inevitable, Tardelli ejecuta un zurdazo cruzado imparable, Schumacher, el malvado, sólo puede mirar cómo entra el balón en su portería. Y ahí se produce la imagen que se me quedó grabada para siempre: Marco Tardelli se levanta del suelo y empieza a correr mientras agita los brazos con el rostro desencajado de la pura emoción por lo que acababa de hacer. La imagen apenas dura 10 segundos, pero se convirtió en un icono, en la imagen de aquel Mundial. Mientras, en el palco, el viejo partisano Sandro Pertini, botaba como un niño por el gol, rompiendo todo protocolo establecido. Fue algo simpático, la excepción que confirmaba la regla de la seriedad del Palco de Honor.

A partir de aquel día, cuando jugaba al fútbol y marcaba un gol intentaba imitar el gesto de Tardelli, los chavales en general intentaban hacer lo que él hizo. Cuándo me preguntan
por qué me gusta el fútbol, vuelvo a ver Marco Tardelli corriendo por el Bernabéu como si no hubiera un mañana. Y es que el fútbol es algo bello y emocionante.









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