Portada 3

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lunes, 29 de febrero de 2016

El fracaso del derby


No hace tanto tiempo de esto: ir caminando al Bernabéu en día de partido, y más cuando toca recibir al Atleti, era motivo de emoción, nervios e intranquilidad por lo que iba a ocurrir sobre el césped. El pasado sábado, sinceramente, la máxima preocupación era el nivel de frío que tocaba soportar en este invierno descafeinado que nos está tocando vivir en todos los sentidos.

El partido en sí mismo fue un auténtico plomo, para un aficionado que no estuviera sentimentalmente implicado tuvo que ser un motivo más para arrullarse bajo una manta y quedarse dormido en el sofá, la hora además incitaba a ello. Tampoco es que el Madrid mereciera perder, tuvo mas de una oportunidad clara, todo indicaba que el partido iba a acabar como empezó hasta que marcó Griezmann. Lo peor de todo en lo referente al fútbol fue la sensación que dejó el Madrid de quiero y no puedo, no queda ni la épica del arreón final. Con el partido del sábado, algunos jugadores del Madrid han quedado seriamente tocados.

                                                        



Buena parte de la afición madridista, harta, empezó a
pedir la dimisión de Florentino Pérez. La primera vez que irrumpió en la grada este grito es verdad que fue rechazado por parte del aforo del Bernabéu, entendiendo así que no era el momento cuando el Madrid todavía tenía la oportunidad de dar la vuelta al resultado. La impotencia del equipo en el campo hizo que el cántico se escuchara de nuevo alto y claro, ya sin réplicas. No había terminado de pitar el final del encuentro Clos Gómez cuando ya atronaba el himno oficial en la megafonía del estadio para acallar el desencanto, la protesta y la pañolada. Al himno le siguieron dos anuncios publicitarios a un volumen fuera de lo normal, al terminar estos, con el estadio casi vacío, todavía quedaban aficionados protestando. Este es el verdadero fracaso del pasado derby, se puede perder en el campo pero intentar silenciar la opinión de la masa social de esta manera fue muy triste.

Ahora hay que preguntarse si los socios nos quedamos protestando en la grada o si
pasamos a la acción de manera pacífica, educada, responsable y conforme a las normas. Está abierto el proceso de elección de socios compromisarios para la Asamblea del Real Madrid. Si queremos que el Madrid vuelva a ser de los socios y que estos puedan votar libremente cada cuatro temporadas hay que hacer algo desde dentro. Toda la información está disponible en la web del Real Madrid. Tú, socio del Madrid ¿qué puedes hacer por el club?









lunes, 22 de febrero de 2016

¡Ave, César! de los hermanos Coen


Ejercicio de reivindicación de los estudios clásicos y de la edad dorada de Hollywood por parte de los hermanos Coen. Eddie Mannix -Josh Brolin- es el Sr. Lobo del estudio Capitol Pictures: lo mismo saca a un actor de un apuro como apaga un 'incendio' en un rodaje, informa al jefe supremo y usa su mano izquierda para que nada afecte a la milimetrada cadena de producción de películas que es Capitol. Baird Whidlock -George Clooney-, estrella rutilante del estudio, se ve envuelto inesperadamente en problemas, Mannix acude al rescate.

                                                         



Con
¡Ave, César! ocurre algo extraño. Todo invita al optimismo y al humor, así parece que se ha vendido la película, pero lo cierto es que aunque esboce sonrisas en el espectador, nunca llega a arrancar la carcajada. Es posible que la multitud de personajes y tramas, solucionada alguna de forma demasiado surrealista, despiste a la audiencia. El guion, con diálogos disparatados y frenéticos en los que se echa de menos un poco de brillo, ayuda al desconcierto. Además, George Clooney no será recordado por el personaje que deja en la pantalla.

La película en cambio cuenta a su favor con Josh Brolin, siempre sólido y creíble, también con
Tilda Swindon con la memorable recreación que deja de las venenosas Louella Parsons y Hedda Hopper, periodistas que vivían de los escándalos de Hollywood, capaces de destruir la carrera de actores y de arruinar proyectos estrella de los estudios. Queda dentro de lo positivo el sincero homenaje a esta época de cine clásico y Guerra Fría, la maravillosa ambientación y vestuario, y el reconocimiento a esas profesiones relacionadas con el celuloide ya extinguidas.








lunes, 15 de febrero de 2016

A cambio de nada, de Daniel Guzmán


Ha sido una de las sorpresas de la última ceremonia de los Premios Goya consiguiendo los premios a la Mejor Dirección Novel para Daniel Guzmán y el de Mejor Actor Revelación para el protagonista de esta historia, Miguel Herrán quedado como nominada en la categoría de Mejor Película, Mejor Guion Original también para Daniel Guzmán, Mejor Actor de Reparto para Felipe Vélez, Mejor Actriz Revelación para Antonia Guzmán, abuela del director, alma de esta película.

                                                        



Proyecto muy personal de Guzmán, donde refleja parte de su experiencia vital en la edad que tienen los protagonistas de esta historia de fondo social, de barrio periférico, humilde y de complicadas relaciones familiares. Hay que reconocer el mérito de dejar caer el peso de la película en actores sin experiencia en el arte dramático mientras que actores consagrados como
Luis Tosar, Miguel Rellán, Felipe Vélez o Fernando Albizu quedan en un segundo plano. Todo un riesgo, toda una apuesta.

Es quizá por este motivo que
A Cambio de Nada da una cierta impresión de amateurismo al espectador, diálogos y coletillas a veces forzadas e interpretaciones un tanto rígidas. A cambio, la cinta ofrece un ritmo narrativo y una tensión dramática que hace que el espectador no quede fuera de juego en la historia, una vez iniciada uno se queda dentro de ella por su propio atractivo y por el interés que despierta. Esperemos que A Cambio de Nada sea un escalón más en la carrera del equipo artístico hacia algo más grande.









lunes, 8 de febrero de 2016

eeeeee... ¡CAAA-BRÓÓN!


Los aficionados al fútbol más veteranos lo recordarán. Este era el grito de guerra que acompañaba a cada saque de puerta del portero que osaba a defender sus redes como visitante no hace tanto tiempo atrás. El multitudinario coro comenzaba a sonar en las gradas cuando el arquero se perfilaba para coger carrerilla para chutar el balón desde la esquina del área pequeña hacia el campo contrario. El zumbido de la segunda vocal se incrementaba a medida que lo hacía la carrera del portero en pos del balón y justo cuando golpeaba el cuero blanco con pintas negras y salía volando hacia las alturas -cuidado con los ovnis- decenas de miles de personas aclamaban los presuntos cuernos del cancerbero a la vez. Cabía la posibilidad de que el portero, al correr, hiciera un amago y reiniciara la carrera, algunos lo hacían seguramente para provocar al público, pero la consecuencia a la larga era peor, el cántico ganaba en intensidad.

Esta era
una de las canalladas por parte del público que eran muy frecuentes en los campos de fútbol no hace tanto. Otra bastante absurda era la de secuestrar el balón cuando éste caía en la grada, sobre todo si lo que interesaba era perder el tiempo para el equipo local de turno. Aquello no tenía nombre, el partido parado hasta que una panda de gamberros decidiera devolver el balón mientras cantaban a los cuatro vientos ¿Paco Lobatón, dónde está el balón? Sí amigos, aunque parezca mentira, durante un partido de fútbol profesional, de élite, el juego podía estar parado porque el balón no era devuelto por el público, como si fuera el patio del colegio y el único esférico disponible saliera despedido por encima de la tapia.

                                                        



Otro detalle que se ha perdido para siempre, aparte del respeto por parte de la Liga hacia los aficionados por lo que se expone a continuación, es el de informar en el marcador a los espectadores de un estadio de aquellos goles en campo ajeno que según la conveniencia del equipo local
eran celebrados o pitados a conveniencia. Así te podías encontrar con que tu marcador se transformaba en rojo, blanco y negro en honor al uniforme que vestía el equipo local dónde se había modificado el tanteo, mientras se podía leer: 'Gol en Las Gaunas'. Aquellos compañeros de grada provistos de auriculares conectados a la radio anticipaban el regocijo o la rabia, éstos sí que eran spoilers. Todos los partidos se jugaban mayoritariamente el domingo a las 17:00 horas o bien el sábado por la tarde, horarios respetuosos con los espectadores y peñistas que se desplazan cientos de kilómetros para ir a ver a su equipo. Algo parecido a lo de hoy cuando te puedes encontrar partidos en día laborable a las 16:00 por obra y gracia de las todopoderosas televisiones y la Liga de Fútbol Profesional.

Eran tiempos de porteros, los otros, los de las puertas de acceso al estadio, con eterna cara de mala leche
como si la gorra que lucían en la cabeza con el escudo del club fuera una especie de tricornio que les otorgaba el poder de repartir collejas a los chavales como los antiguos maestros a la vez que se dejaban sobornar por los mayores que accedían a las localidades más caras del campo de fútbol. Eran tiempos de dorsales del 1 al 11, de alineaciones patrocinadas por Feymaco, Samayco y Mayfeco, de avalanchas en la grada, de sudar la camiseta tanto como los que estaban en el césped, eran tiempos de fútbol popular con alma y de cultura de grada, de olor a puro y sabor a cognac, con sentido de respeto al aficionado y a la tradición.







lunes, 1 de febrero de 2016

Un detective en Babilonia, novela de Richard Brautigan


Babilonia es el lugar donde todos soñamos estar, bien podría ser recogiendo un importante premio literario, bien corriendo con el balón en los pies por un impecable césped, en una soleada tarde de primavera en un gigantesco estadio y a punto de fusilar al portero del equipo rival de turno o bien a punto de estrenar tu primera y esperadísima película en pantalla grande. Babilonia para C. Card, protagonista de la novela, es mucho más terrenal: él sueña con ser un prestigioso detective rodeado de secretarias sexys y coches de alta gama.

                                                          



Pero la realidad es muy diferente. Nos encontramos en San Francisco, poco después del ataque japonés en Pearl Harbour, C. Card es un detective privado, veterano de la Brigada Lincoln, y pobre de solemnidad. Aprovecha cualquier encuentro fortuito para dar un sablazo al incauto y confiado amigo, es menospreciado por su madre mientras vive en una miserable habitación de una casa de huéspedes. De repente,
C. Card recibe una inquietante propuesta de trabajo de dos personajes muy extraños. Es el golpe de suerte que puede sacar al detective de la miseria.

Richard Brautigan firma esta novela en pleno declive como escritor en 1977, luego de haber conocido el éxito y la fama en los años 60 con títulos como La pesca de la trucha en América o En azúcar de sandía que le colocaron cerca de Gingsberg y Leary en la literatura, como ilustra la breve introducción a la novela. Un detective en Babilonia es una historia disparatada, a veces muy divertida. C. Card guarda cierto parentesco con Ignatius J. Reilly, no en vano es igual de miserable y rastrero que el protagonista de la novela de John Kennedy Toole. Estructurada en breves capítulos de página o página y media, es un libro que se lee muy fácil gracias a su ritmo narrativo y a las sonrisas que arranca al lector. Un detective en Babilonia, editada por Blackie Books, no lo dejen pasar.