Portada 3

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martes, 23 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad, 2014


-Guzla, dijo Luis.

El resto del grupo negó con la cabeza.

-Instrumento de música de una sola cuerda de crin, a modo de rabel, con el cual los ilirios acompañan sus cantos-.Recitó Luis de memoria el significado de la palabra del diccionario. Las miradas de los otros dos carteros se fijó en Juan.

-Albarazo-, dijo Juan. Laura se quedó pensativa, al final se pronunció: -¿parecido a aldabonazo? -Me temo que no, respondió Juan- enfermedad de las caballerías caracterizada por manchas blancas en la piel, también hace referencia a una especie de lepra.

Era el turno de Laura, la joven y bella cartera: 'releje' dijo mientras llevaba la taza de café a la boca. 'Uau', exclamó Luis, Juan negaba con la cabeza. -¡Verja forjada, con motivos vegetales! exclamó Juan. -Rodada o carrillada, sarro que cubre los dientes, faja estrecha y brillante que dejan los afiladores a lo largo del corte de las navajas... para no aburriros, también es usada en arquitectura y en argot militar-, cerró Laura mientras martilleaba la mesa del bar con sus dedos.

                                                       


Justo en ese instante apareció por la puerta Antonio, el último de los cuatro carteros que tanto tiempo llevaban quedando a tomar café a media mañana en el mismo bar. Todos los días, cada uno de ellos llevaba una palabra sacada del diccionario para ver si los otros conocen su significado. 'Despiole' dijo mientras se sentaba en la misma mesa que sus compañeros. Acción de despiolar, dijo Laura con cara de 'a ver si cuela'. No, significa desenfreno, desorden, confusión, zanjó Antonio.

¡Qué tarde llegas Antonio!- dijo Juan.

-Es diciembre, qué quieres. Aunque parezca mentira, la gente sigue mandando cartas, paquetes... y hasta telegramas de felicitación,-se defendió Antonio-. Sin duda es el mes de más trabajo para un cartero.

-Mejor llevar esas cosas que no multas que nadie quiere, burofax, notificaciones, certificados oficiales... saltó Laura.

Juan se removió en su silla mientras apuraba su café. ¿Qué ha sido lo más curioso que habéis entregado? Reconozco que cuando repartía flores, al menos me llevaba la sonrisa de quien las recibía, ahora cuesta incluso que te abran la puerta.

-Poca cosa, dijo Laura, 'christmas' muchos, pero algo que se salga de lo común, nada la verdad. Después de todo, no llevo mucho trabajando aquí.

-Como curiosidad, una vez un señor quiso facturar una portería de fútbol, de fútbol sala eso sí -saltó Antonio- Decía que se la quería enviar a su nieto porque en no sé qué campeonato, unos locos se llevaron una portería y no pudo jugar no sé qué final o qué campeonato... Pobre... Menos mal que le convencimos de que se la volviera a llevar en la misma furgoneta que la había traído...

Desde que Juan planteó la cuestión, Luis se había quedado circunspecto, pensativo. Se rió con la chaladura de la portería, cuando se dio cuenta que los otros tres carteros estaban esperándole, se decidió a contar lo que le ocurrió aquella vez.

Tras mirar a todos se arrancó. -Una vez, hace ya muchos años... Había en la estafeta un sobre, certificado, llevaba meses esperando a que el destinatario viniera a recogerla. Había algo en ella que la hacía especial. Quizá era aquella cuidada caligrafía, impecable, todas las letras escritas con una proporcionalidad increíble para haber sido escrita a mano. Tal vez la textura del papel del sobre, llevaba allí meses, muchos... Como nadie la iba a echar de menos, me la llevé a casa.

Los otros tres compañeros le miraban con curiosidad, interesados en la historia y en cómo su compañero, siempre tan formal, se saltaba el reglamento. -Allí estuvo la carta otro tiempo, años incluso. Estuve investigando sobre a quién iba destinada la carta, pero fue inútil, aquella era una casa de apartamentos de alquiler. El portero, prosiguió Luis, no se acordaba de aquella persona y tampoco había dejado señas para enviar la correspondencia. Así, siguió pasando el tiempo hasta que por fin me decidí a abrirla. Dentro había un billete de avión para Auckland, y otro sobre, con un destinatario distinto al del primer sobre. El billete lógicamente había caducado, pero la duda me corroía tanto que aprovechando unas vacaciones, me marché a Nueva Zelanda.

Laura, Antonio y Juan miraban ojipláticos a Luis, su compañero tan serio y formal, que fue capaz de largarse a las antípodas tan sólo por una carta certificada no recogida. Ahora se explicaban porqué él, aquellas navidades, que nunca pedía nada, intentaba cuadrar sus días libres con los demás para sacar el máximo tiempo posible de una tacada.

-Una vez allí, después de casi 24 horas de viaje, no me costó encontrar a la destinataria, la dirección era la correcta. Me abrió la puerta una señora, mayor, me miró un tanto extrañada, cogió el sobre, me dio las gracias y volvió hacia dentro.

-¿Y eso es todo? -preguntó Juan-, ¿me estás diciendo que te fuiste hasta Nueva Zelanda para entregar la carta y volverte, así, sin más?
-¿Qué querías que hiciera? Después de todo, soy un cartero, cumplí con mi trabajo- respondió Luis. El resto del grupo se miró entre sí, con la sensación de que su compañero les había tomado el pelo. Había algo en la cara de Luis que les hacía dudar si todo aquello era verdad o no. Alguien como él no se iba a inventar aquella historia, pero ésta era realmente increíble.

-Mejor vámonos cada uno a hacer nuestra ruta, que si no, no nos va a dar tiempo a entregar todo lo que tenemos para hoy. El ruego de Antonio fue atendido por Juan y Laura, se despidieron todos hasta el día 26 deseándose una feliz Navidad, ya que el 24 habían conseguido no trabajar. Luis se quedó pensativo. Pagó el desayuno de sus compañeros y prosiguió su camino.

Claro que fue a Nueva Zelanda, por supuesto que entregó la carta a aquella señora y es totalmente falso que se diera la vuelta y se marchara. La señora le invitó a entrar, en cuanto se dio cuenta de que venía desde tan lejos, le invitó a almorzar. Mientras le contaba cómo había llegado hasta Auckland, Lisa escuchaba atentamente. Después ella le explicó el porqué de la carta y del billete de avión. De joven había estudiado Filología Hispánica y decidió venir a Madrid a perfeccionar su castellano. En la capital, conoció a Nils, un sueco que trabajaba como traductor en la Organización Mundial del Turismo. Ella simplemente le echaba de menos, por eso enviaba el billete de avión por si quería ir a verle. El sobre con su dirección de Auckland era para que la escribiera o tan solo para que supiera dónde estaba. La presencia de Luis allí daba fe de que nunca había recibido su carta.

Esa era toda la historia, después de todo, no era nada extraordinaria. Tan solo juntó a dos almas solitarias en un ardiente 25 de diciembre austral. Estuvieron charlando de ésto y aquello, se hicieron compañía, nada más. De nuevo era Navidad y Luis pensaba qué habrá sido de Lisa y de Nils, quien propició inesperadamente aquel encuentro. El buen cartero reanudó su jornada pensando que, además, en aquella ocasión había cumplido con su trabajo con la discreción que su puesto exige.




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