Portada 3

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lunes, 4 de agosto de 2014

Resiliencia, o la resistencia diaria


Desde luego, hay días en que lo mejor hubiera sido quedarse en la cama. La vida en las grandes ciudades conlleva pequeños conflictos ante los cuales, mejor tomárselos con filosofía, cuando menos. Los acontecimientos que vienen a continuación me pasaron en un mismo día. No amigo lector, no se trata de ninguna exageración.

Por la mañana
iba conduciendo mi coche por la ciudad, por una zona de calles estrechas, de un sólo sentido, cuando llegué a un cruce con la prioridad para los que vienen por mi izquierda. Como obliga el Código de Circulación, respeté el Ceda el Paso, pero a unos cinco metros me encuentro con un paso de cebra por el que se disponía a cruzar un peatón que me obliga de nuevo a parar. El conductor que me seguía por detrás, miraba a su izquierda para ver que no venía nadie, no se dio cuenta de que yo había parado en el paso de cebra así que cuando quiso reaccionar, ya era tarde, el choque era inevitable. La cortesía del conductor causante del golpe suavizó la poca educación del peatón que pasó por el paso de cebra, vio el golpe y ni siquiera se paró a ver si podía hacer algo. Muy típico.

                                                       
                               elmercaderdelasalud.blogspot.com

Nada serio afortunadamente, ni para quien me acompañaba, ni para mí. Tampoco para el coche, no merecía la pena ni hacer el parte del seguro. Después de comer, fui al centro de la ciudad, eso sí,
en transporte público. El autobús transcurre por una ruta que me gusta, calles anchas y representativas, plazas monumentales y edificios de bella factura se ofrecen a la vista de aquel que pase por ahí. Bien, pues al poco de montarnos en el autobús mi mujer y yo, una señora de unos 50 años se sentó a nuestra espalda. Ya venía por el pasillo del autobús hablando por el móvil y cuando se sentó, por supuesto, no dejó de hacerlo. Para quien le interesara -imagino que a nadie- y para quién no, daba igual, nos enteramos que la señora estaba divorciada, su ex marido no se iba a ir de vacaciones, de lo cual se alegraba, sus hijos estaban inaguantables pero aún así se los iba a llevar a Canarias, pobrecitos los compañeros de avión, pensé para mí mismo... Así los 45 minutos que duró el trayecto. Hay que ver cuánto daño ha hecho la tarifa plana telefónica, sin duda alguna.

El motivo de ir al centro de la ciudad no era otro que
ir al cine. Como se puede imaginar, la sala estaba prácticamente vacía, qué pena. Entiendo que para sobrevivir los cines se vean obligados a vender palomitas, pero lo que no es de recibo, es el ruido que hacen, en su mayoría, los devoradores de maíz inflado. Como ya he dicho, la sala estaba casi vacía, pero los palomiteros se sentaron en la fila justo de delante y no conformes con el estruendo de sus cucuruchos, se dedicaron a hablar en voz alta, como mandan los cánones del perfecto pesado. Ante el primer sssssssshhhhh, no se arredraron, que va, hizo falta un: queréis callaros, por favor para que dejaran al resto disfrutar de la película.

¿Interesante el día, verdad? Pues todavía queda lo mejor. Afortunadamente vivo en un buen barrio, nada le falta, buenos comercios, quioscos de prensa, bares donde poder tomar algo, pero lo que no tiene la casa donde vivo son unos buenos tabiques. En consecuencia, como pueden imaginar,
se oye todo y cuando digo todo, es todo. Después del día descrito, insisto no está novelado, lo único que se pide a la vida es descansar y quedar dormido cuanto antes para que el nuevo día nos quite el mal recuerdo del día anterior, pero cuando ya estaba en un sueño profundo, una de mis vecinas decidió desempeñar, y a conciencia, el papel cinematográfico de Lassie... no, el perro no, Lassie era el mote de la profesora de gimnasia de la serie adolescente Porki's, ya saben, sobran los detalles. Así, en pleno escándalo de muelles y aullidos, consulté el reloj, pasaban las dos de la madrugada y al día siguiente (laborable) esperaba madrugón y la jornada reglamentaria. Cabían dos opciones: una, taparme los oídos con la almohada e intentar pasar el escándalo, sí sí, escándalo, por alto y no dormir nada en absoluto; la otra, pegar el grito consabido para por lo menos poder dormir un poco. Harto de tanta dosis de egoísmo ajeno en un mismo día, opté por la segunda. No, no piensen que soy una persona rancia que no tolera ninguna excepción, el problema es cuando ésta se convierte en la regla.

Así pues, queridos amigos lectores,
qué importante es la resiliencia para poder seguir con la vida diaria. No sé si en otros lugares del país, del continente, del mundo, pasa lo mismo que aquí. Espero que no, porque desgraciadamente, lo aquí descrito es moneda común. ¿Y usted, tiene alguna experiencia parecida que quiera compartir?




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