Nunca desconfíe de Scorsese ni de Di Caprio
El
lobo de Wall Street
es una gran película, no tenga usted la menor duda. La
historia,
increíble y desgraciadamente real, de Jordan
Beltford
ha
sido llevada a la pantalla grande con un gran sentido
del humor, negro,
lleno de elementos visuales que recuerdan anteriores entregas del
director, por ejemplo Uno
de los nuestros.
¡Qué decir de Di Caprio! Según Imdb acaba de cumplir solo 39 años
y va camino de ser uno de los actores
que marquen una época
en Hollywood.
La
inocencia de Beltford
al comenzar su carrera de broker en Wall Street a finales de los años
ochenta y principios de los noventa dura
unos pocos fotogramas.
Bautizado en la selva por el personaje de Matthew McConaughey
-formidable en su cameo-, no tarda en descubrir los trucos y
estratagemas que llevan al enriquecimiento rápido en detrimento de
los pequeños ahorradores. Técnicas
de venta agresivas, exceso de candidez en los modestos inversores y
ausencia de control por parte de las autoridades
-vaya, a qué me recuerda esto- lleva a Beltford a lo que se supone
éxito fulgurante e inmediato, sin piedad, machacando al débil,
cuanto más lo sea, mejor, traduciendo todo esto en una vida llena de excesos y superficialidad.
Una de las claves del éxito de la
película es el tratamiento, o más bien enfoque
de la historia bajo el prisma del humor negro.
Tiene mérito hacer que el espectador sonría
cuando debería llorar
viendo el desarrollo de la historia, incluso en el momento Men
in black
de Di Caprio rememorando a aquel extraterreste al que le quedaba el
pellejo grande, es realmente dramático, pero la verdad es que el
espectador acaba sonriendo.
comeonstyle.com
El
conjunto de personajes está brillantemente interpretado, dan
credibilidad a la historia.
Uno se puede imaginar perfectamente cómo podía ser trabajar en esa
selva disfrazada de oficina de inversiones, una
suerte de aquella agencia de publicidad de la serie Mad Men
aún
más enloquecida,
donde el que muestre el menos signo de humanidad es devorado por el
resto; se motiva al personal para que vaya a la guerra, se crea
empatía de modo simiesco para una manada
llena de hembras y machos alfa.
Lo
realmente triste de todo esto es que cuando se encienden las luces de
la sala y el espectador retorna a la vida real, la sonrisa se borra
de la cara, volvemos a caer en la cuenta de que lo
que acabamos de ver ha pasado en la vida real, está pasando ahora
mismo y seguirá pasando en el futuro.
La moraleja que encierra la película es lo que no nos cansamos de
vivir. El
lobo de Wall Street, no se la pierdan.
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