Portada 3

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viernes, 31 de enero de 2014

Nunca desconfíe de Scorsese ni de Di Caprio


El lobo de Wall Street es una gran película, no tenga usted la menor duda. La historia, increíble y desgraciadamente real, de Jordan Beltford ha sido llevada a la pantalla grande con un gran sentido del humor, negro, lleno de elementos visuales que recuerdan anteriores entregas del director, por ejemplo Uno de los nuestros. ¡Qué decir de Di Caprio! Según Imdb acaba de cumplir solo 39 años y va camino de ser uno de los actores que marquen una época en Hollywood.

                                                            
                             
La inocencia de Beltford al comenzar su carrera de broker en Wall Street a finales de los años ochenta y principios de los noventa dura unos pocos fotogramas. Bautizado en la selva por el personaje de Matthew McConaughey -formidable en su cameo-, no tarda en descubrir los trucos y estratagemas que llevan al enriquecimiento rápido en detrimento de los pequeños ahorradores. Técnicas de venta agresivas, exceso de candidez en los modestos inversores y ausencia de control por parte de las autoridades -vaya, a qué me recuerda esto- lleva a Beltford a lo que se supone éxito fulgurante e inmediato, sin piedad, machacando al débil, cuanto más lo sea, mejor, traduciendo todo esto en una vida llena de excesos y superficialidad.

Una de las claves del éxito de la película es el tratamiento, o más bien
enfoque de la historia bajo el prisma del humor negro. Tiene mérito hacer que el espectador sonría cuando debería llorar viendo el desarrollo de la historia, incluso en el momento Men in black de Di Caprio rememorando a aquel extraterreste al que le quedaba el pellejo grande, es realmente dramático, pero la verdad es que el espectador acaba sonriendo.

                                                        
                              comeonstyle.com

El conjunto de personajes está brillantemente interpretado, dan credibilidad a la historia. Uno se puede imaginar perfectamente cómo podía ser trabajar en esa selva disfrazada de oficina de inversiones, una suerte de aquella agencia de publicidad de la serie Mad Men aún más enloquecida, donde el que muestre el menos signo de humanidad es devorado por el resto; se motiva al personal para que vaya a la guerra, se crea empatía de modo simiesco para una manada llena de hembras y machos alfa.

Lo realmente triste de todo esto es que cuando se encienden las luces de la sala y el espectador retorna a la vida real, la sonrisa se borra de la cara, volvemos a caer en la cuenta de que
lo que acabamos de ver ha pasado en la vida real, está pasando ahora mismo y seguirá pasando en el futuro. La moraleja que encierra la película es lo que no nos cansamos de vivir. El lobo de Wall Street, no se la pierdan.



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