(Viene
del anterior post) Una
vez con las entradas
conseguidas,
recluté a mi hermano para que me acompañara al concierto y así el
viernes 11 de julio emprendimos viaje
a San Sebastián.
Una vez chequeada la documentación necesaria para recoger las
entradas, recordemos
DNI y tarjeta de crédito,
durante el viaje a la Bella
Easo
comenzaron a asaltarme las lógicas dudas: han
anotado mal mi DNI
y por tanto no podremos acceder, si no con el DNI, seguro que se han
equivocado con los dígitos de la tarjeta bancaria, entradas en la
fila 1, el
escenario estará muy alto
y no veremos nada de nada, en fin, infraseridades
varias durante cerca de las 5 horas de viaje.
Desde que recogimos las entradas, sin problemas por cierto, en los alrededores del Kursaal se presentía que algo importante iba a pasar, como en esos partidos de fútbol en los que se presiente una remontada imposible o un resultado histórico. La cola de acceso era rigurosa, como se había anunciado, se estaba comprobando una a una las entradas con su correspondiente número de DNI imprimido en los boletos, a la vez que se advertía de la prohibición de sacar fotos con el móvil y se quedaban en consigna las cámaras fotográficas. Recordemos, estamos en 2008, los smartphones apenas empezaban a llegar y a precios desorbitados.
Desde que recogimos las entradas, sin problemas por cierto, en los alrededores del Kursaal se presentía que algo importante iba a pasar, como en esos partidos de fútbol en los que se presiente una remontada imposible o un resultado histórico. La cola de acceso era rigurosa, como se había anunciado, se estaba comprobando una a una las entradas con su correspondiente número de DNI imprimido en los boletos, a la vez que se advertía de la prohibición de sacar fotos con el móvil y se quedaban en consigna las cámaras fotográficas. Recordemos, estamos en 2008, los smartphones apenas empezaban a llegar y a precios desorbitados.
Dependiendo de la crónica que se lea, unos dan un aforo de 1.800 plazas a la sala del Kursaal, otros 1.700. Más o menos da una idea del tamaño del recinto dónde se celebró el concierto. Una vez dentro, pude comprobar que mis temores sobre el escenario eran infundados, este se levantaba apenas un metro sobre el suelo del patio de butacas, desde la fila 1, la visión era espectacular, si Waits daba un mal paso, caería sobre nosotros. Ante lo que estaba a punto de ocurrirnos, sólo me salió abrazar a mi hermano, sinceramente. Aquí pude comprobar el acierto de la rígida política de venta de entradas, en la primera fila todos éramos unos perfectos desconocidos. Pasados unos cuantos minutos de la hora fijada y ante las protestas del público, se apagó la luz y un cañón de luz iluminaba a Waits mientras empezaba a aullar Lucinda y Ain't Going Down to the Well. Vestido de negro, luciendo bombín y agitando maracas a la vez que llevaba el ritmo de la canción, Waits parecía un enterrador, un tío siniestro que lejos de la imagen que proyectaba regaló felicidad, mucha felicidad esa noche.
Después, llegaron Down In The Hole que sonó muy soul y guau, Falling Down, en una versión llena de emoción. A medida que iba cayendo el set list, Chocolate Jesus megáfono en ristre, All The World is Green con toques flamencos de guitarra al inicio, uno se iba sintiendo cada vez más hundido en la butaca de la impresión, a golpes de emoción pura, de belleza sonora sin fin. Hold On puso a prueba los lagrimales del respetable por primera vez, desoladora y acogedora al la vez en su fondo musical mientras Waits aullaba la letra en una tarima, rodeado de instrumentos imposibles. La circense Cemetary Polka nos sacó a todos del encantamiento, para a continuación caer otra vez en él con Dirt In The Ground aspera e inquietante. Black Market Baby, Lie to Me: rea-lly- don't-care-if-you-do-uaaaaaau coreaba el público y Misery Is The River Of The World nos llevaron al punto que todos estábamos esperando, Tom Waits bajó al piano.
Ante el delirio del público, el de Pomona preguntó cuál iba a ser la próxima mientras acariciaba el teclado, Waltzin Mathilda gritaron por el fondo, Martha se arrancó a pedir mi hermano. That´s good that's good, respondió Waits, sin hacer el menor caso, como era de esperar. Tras contar una de sus historias inexplicables, arrancó con On The Nickel, sólo con el piano, no necesita más, el nudo en la garganta comenzaba. La desgraciadamente corta Johnsburg, Illinois y Tango Till They're Sore aumentaron la congoja, hasta llegar al momento que yo más deseaba. Desde que se supo que iba a haber gira, más aun, cuando conseguí las entradas, no quise saber nada de los que había pasado en los conciertos anteriores, para que todo fuera una sorpresa.
Para un profundo admirador de Paul Auster, de sus historias y por supuesto, de sus películas, y también del propio Waits, escuchar Innocent When You Dream en directo es un sueño, en este caso hecho realidad. En cuanto reconocí los primeros acordes del piano, canté la letra con toda la fuerza que la emoción me permitía, como si no hubiera un mañana. Entonces, mi hermano se convirtió en Auggie Wren, mi vecino de la derecha en la abuela Ethel, y mientras miraba a Waits, que sentado al piano nos miraba directamente, tan cerca, tan cerca de verdad, Tom Waits me guiñó el ojo, aprobando que cantara con él y animándome a seguir. Intentando controlar las lágrimas que luchaban por salir, todo el público, previa invitación de Waits, cantamos a coro tres veces los posiblemente más tristes y bellos versos de toda su discografía.
Luego de una larguísima e intensa ovación, vino Hoist That Rag, la emoción de lo vivido apenas unos segundos antes, hizo que tardara en reconocerla y en caer en el ritmo de su percusión. Make It Rain extraordinariamente larga donde presentó a los magníficos músicos, Cold Cold Ground, November, Jesus Gonna Be Here y Singapure marcaron el final del concierto. En los bises sonaron Trampled Rose, Eyeball Kid y como última canción, Waits nos dejó con Anywhere I Lay My Head. Fueron algo más de dos horas, 24 canciones que quedaron en el recuerdo. En el tiempo que me queda por delante, podré ver algo tan bello y emocionante como este concierto, pero nada lo podrá superar, estoy convencido. Decían que era muy caro, pero si sacamos la relación calidad/precio, a mí me resultó barato. Me arrepiento de no haber comprado entradas para los dos días que tocó en Barcelona.
A veces pienso en Tom Waits, allá, por California. Sé que mientras busca sonidos imposibles de trastos inclasificables, de vez en cuando, se acordará de aquel pirado que en San Sebastián cantó a pleno pulmón con él y al que le hizo un guiño. Tom Waits lo sabe.
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