La
verdad es que viendo el cartel de la película uno se siente un poco
abrumado con tanto
actor de primer nivel
y la intriga crece por saber cómo
será la película.
Bien, pues el film de Wes
Anderson
no defrauda, divierte, se deja gustar, justifica sobradamente el
precio de la entrada.
Digamos que El Gran Hotel Budapest es el cóctel resultante de agitar en el mismo recipiente el cine de Jeunet y Caro, el de Guy Ritchie, la película Amelie, la comedia del cine mudo y Nosferatu de Murnau, ni más ni menos.
Digamos que El Gran Hotel Budapest es el cóctel resultante de agitar en el mismo recipiente el cine de Jeunet y Caro, el de Guy Ritchie, la película Amelie, la comedia del cine mudo y Nosferatu de Murnau, ni más ni menos.
Es admirable el ritmo conseguido por Anderson tanto en el desarrollo de la historia, tanto en el guión, firmado por él y Hugo Guinness, como en la pantalla. Si el espectador parpadea puede que se pierda a Owen Wilson o a Bill Murray, aunque eso nunca pasa. Con continuas idas y venidas en el tiempo, viendo El Gran Hotel Budapest el espectador nunca se desorienta ni en el tiempo ni en las tramas de la historia, muy bien marcado tanto por los actores como por la propia acción.
Ralph Fiennes está brillante en su papel de encantador de clientes, empleados y espectadores. Tony Revolory es el joven actor que interpreta a Zero Moustafa, aguanta muy bien el combate con Fiennes y con quien se le ponga por delante como demuestra a lo largo del metraje. Del interminable reparto coral hay que destacar a Willem Dafoe, quién mejor para encarnar el mal con ese careto que Dios le ha dado, Jeff Goldblum y Adrien Brody.
Al ritmo trepidante de la historia -99 minutos que pasan muy rápido- resultado del buen guión como ya se ha dicho dicho y del montaje de Barney Pilling hay que añadir la estupenda fotografía de Robert D. Yeoman, dando a veces un tono espectral a la historia, onírico en otras y surrealista a veces.
Así es El Gran Hotel Budapest: el resultado del dominio de Wes Anderson de la dramaturgia de la comedia del cine mudo, el resultado de saber cómo dirigir personajes enternecedores, cómicos, góticos, encantadores – en todos los sentidos-, personajes unos con un alto sentido del deber, otros con un alto sentido del delito. Con películas como ésta, da gusto ver gente haciendo cola en las taquillas del cine.
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