Estas
navidades han pasado ocho años desde que se disputó la última
edición del Torneo de Navidad (aunque en ese año, 2006, se disputó
en verano). Esta fue una pérdida bastante grande para el mundo del
baloncesto en general y para la afición del Real Madrid en
particular. Era un acontecimiento deportivo de primer nivel en unas
fechas en las que apenas hay competición, lo que venía a llenar un
hueco en el aficionado durante estos días tan especiales, sobre todo
para los niños que disfrutan de sus vacaciones.
Ver a las míticas selecciones de las extintas URSS y Yugoslavia, a distintos combinados de jugadores universitarios de EE.UU. junto a los mejores equipos de Italia y Grecia era una maravillosa realidad. Y venían a batirse el cobre, no de paseo. Para la historia quedan las imágenes de Arvydas Sabonis destrozando un tablero de un mate, o las guerras psicológicas que desataba Drazen Petrovic antes de venir a Madrid y posteriormente marcharse a la NBA, cuando todavía la liga norteamericana era, sencillamente inalcanzable para los europeos.
Personalmente tuve la fortuna de ver algunos de estos torneos en directo. La mayor parte de estos torneos tuvieron lugar en el desaparecido pabellón de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. El Club se preocupaba de traer de lo bueno, lo mejor. Los socios, el aficionado siempre respondía a la llamada de estos torneos, el Madrid solía obsequiar a los niños con algún recuerdo o detalle. En casa de mis padres, en algún armario, debe de estar aquel calendario con las caricaturas de los jugadores de la primera plantilla. Los lazos entre afición y Club, con mayúsculas, se fortalecían. Ahora dicen que no hay tiempo, que no interesa, que los buenos equipos no quieren venir... Yo pienso, con mucha pena, que los intereses son otros.
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