Portada 3

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jueves, 31 de octubre de 2013

La gran familia española


¿Qué hacen juntos un padre que no supera su divorcio, su hijo mayor deprimido con una hija adolescente a quien no hace el menor caso, un hermano que regresa de su aventura como médico en África, otro que no sabe cómo afrontar el regreso de éste, otro hermano más que sufre retraso mental y el más joven que se casa? Son los personajes protagonistas de la historia coral que es “La gran familia española”.

El detonante de la historia es la boda del hermano pequeño, realmente joven, el mismo día en que, por fin, España juega la final del Mundial de fútbol. El guión escrito por el mismo director de la película, Daniel Sánchez Arévalo (Azul oscuro casi negro, Gordos, Primos), articula las idas y venidas de los personajes y sus circunstancias completando una buena tragicomedia. Aquí se juntan el miedo al fracaso, no superar los problemas que plantea la vida, las obsesiones que pueden marcar el camino por la misma cuando en realidad todo puede ser más sencillo, la inconsciencia propia de los veinte años... Los personajes desarrollan situaciones vitales de las que casi nadie se ha visto libre, lo que hace que el espectador se sienta reconocido en cada uno de los personajes, todos ellos acompañados por el personaje de Benjamín -interpretado por Roberto Álamo- que sufre retraso mental. Sabe más de lo que parece y aporta a la narración dosis de ternura y locura.
Raúl Arévalo, siempre presente en el cine de Sánchez Arévalo, en esta ocasión hace un cameo que... ¿a quién me recuerda?

Los buenos diálogos marcan el ritmo de la historia y el montaje a veces trepidante de las imágenes -Nacho Ruiz Capillas- hacen que la risa y el llanto (ay... el gol de Iniesta y las paradas de Casillas...) se crucen durante la hora y cuarenta minutos de duración de la película sin que el espectador note apenas el paso del tiempo. La banda sonora, perfectamente diseñada y mezclada, corre a cargo de Carlos Faruolo y Jaime Fernández, aunque quede feo decirlo por mi parte porque quien esto escribe ha compartido con ellos correrías sonoras. La música corre a cargo de Josh Rouse.

“La gran familia española”, si van a verla se reirán, pasarán a formar parte de la frater, no lo duden. Lleven también, por si acaso, pañuelos. Merece la pena.

PD: Genial el cartel de la película en el que los actores posan como hacen los 11 futbolistas antes de comenzar el partido.

martes, 29 de octubre de 2013

El fútbol visto de pie


Lo confieso, echo de menos ver el fútbol de pie. Ahora puede parecer increíble, pero en los años 80 y 90 del siglo pasado por sólo quinientas o mil pesetas (3 ó 6 euros) un chaval, en aquella época yo lo era, podía ver los partidos de su equipo, en mi caso el Real Madrid. Cuando ahora se avecina un partido trascendental ya sea de Liga o de Copa de Europa (nunca “Champions”, por Dios) añoro esa taquicardia, esa cierta angustia que me invadía minutos antes de comenzar el partido y saber que me esperaban al menos 90 minutos cargados de intensidad emocional y por supuesto, física. Era una forma de identificación con la causa común. Después de los partidos acababas tan exhausto como los jugadores, tú también habías sudado la camiseta, tú también lo habías dado todo, tú formabas parte de ese mundo.

Ver el fútbol de pie en el Bernabéu tenía inconvenientes: estar dentro del estadio horas antes con una visibilidad del campo de juego precaria o nula ya que las zonas de pie para socios estaban en la planta baja del estadio; pasar frío en invierno, pasar calor en verano, empaparte cuando llueve, aguantar nevadas, cargas de la policía, tener un megáfono distorsionado en la oreja por el que un individuo berrea cánticos, aguantar borracheras de terceros, preguntarte por qué has bebido tanto sabiendo que si vas al servicio pierdes el sitio que has guardado durante horas... No, no era cómodo en absoluto.

Después de todo esto ¿qué tenia de bueno? Sobre todo el ambiente. El fondo sur del Bernabéu era un lugar común donde cabían diversas actitudes. Si querías tener problemas los ibas a encontrar seguro, pero si lo único que buscabas era vivir el fútbol con gente de tu edad, saltar, animar... ése era tu sitio. Digamos que a otros graderíos del estadio ibas con tu padre, con tu tío, con tu abuelo. Aquellos eran lugares fiables. Se cantaban los goles, sí, se vivía el fútbol, sí, pero llega un momento en que dejas de ir con tu familia al fútbol para ir acompañado de tus amigos del colegio o del barrio. Era una suerte de independencia y esta llegaba cuando pasabas a ir al fondo sur.

Una vez allí, elegías tu sitio. El de mis amigos y el mío era, vista la portería desde atrás, a la izquierda del poste izquierdo. Lo normal era coincidir con la misma parroquia grada arriba, grada abajo. La nuestra estaba formada por una pandilla que alineaba a dos hermanos gemelos bastante parecidos al actor Jim Carrey, a un chaval con el pelo ensortijado, gafas enormes, pecoso que respondía al mote (sin él saberlo, claro) de Carlton en justa correspondencia de su carácter con el del personaje de “El Príncipe de Bel Air” y a un señor mayor con aspecto de cura. Este buen hombre debía vivir en el mismo barrio que yo ya que me lo encontraba ahí frecuentemente, pero lejos de saludarnos efusivamente, cruzábamos miradas como quien se reconoce por sorpresa en la sala de espera de un prostíbulo o de un lugar ilegal, como si tuviéramos algo de lo que avergonzarnos y no quisiéramos que se enteraran nuestros familiares. Ocasionalmente pasaban por nuestro sitio dos tipos. Uno de ellos me recordaba al actor Walter Vidarte, el otro era bastante anodino. Eran algo mayores que nosotros e iban a cual más borracho. Siempre nos saludaban, en particular a un amigo mío quien, según ellos, se parece a Ronald Koeman. Siempre era: “Kuuuuman, coño, un abrazo” o “Kuuuuuuuman un beso joder”, el resto nos teníamos que conformar con un breve saludo o con alguna frase ininteligible. Un día “Vidarte” llegaba con la mano por delante: “Kuuuuman, dame la mano hombre”. Mi amigo, solícito, tendió su mano y al estrecharla se quedó con la mano de un maniquí que “Vidarte” llevaba disimulada en su manga. Hace una temporada, más o menos veinte años después de todo esto, mi amigo iba caminando por los alrededores del estadio en día de partido cuando de repente oyó a lo lejos “Kuuuuuuuuuuuuuuuuman”.... Cabe señalar que mi amigo tiene cierto parecido con Oliver Khan, no con Ronald Koeman.

Pero estábamos con las cosas buenas de ver el fútbol de pie. Las avalanchas era otra de ellas. Al fin y al cabo no dejaban de ser la celebración de un gol, un pequeño acto de locura común, un sin dios en el que te veías metido quisieras o no. A veces ni te permitían ver los goles, sobre todo si era muy claro que se iban a producir, ya que te veías inmerso en ellas antes de que el balón besara las mallas. No duraban mucho, apenas unos segundos de caos, salvo si el gol en cuestión culminaba una remontada, cerraba un resultado humillante para el rival o conseguía con certeza un título. Entonces aquello podía durar minutos: empujar, ser empujado, caras desencajadas de emoción, abrazos con desconocidos, contacto físico en definitiva, ver el fútbol de pie tenía mucho de eso.

Aparte, en la relación del público con el estadio había leyes no escritas que todo el mundo sabía, aceptaba y acataba. La principal era no enfrentarte nunca con los antiguos porteros del estadio que lucían en la cabeza una gorra de plato con el escudo del Madrid encima de la visera. Solían gastar un humor de perros y a la mínima te quitaban el carnet de socio con lo que se llevarían su recompensa, imagino. Si querías colar a un amigo o a una novia ya con entrada de otra zona del estadio ya sin entrada, lo que tenías que hacer era buscar una puerta de acceso que tuviera como cancerberos a chavales que lucían un peto de la organización del estadio y que no estuvieran supervisados por los susodichos porteros oficiales, e insistir un poco correspondiendo con el grado de importancia del partido. Si se trataba de un partido cualquiera de Liga, podías insistir incluso intentar algún tipo de soborno, pero si se trataba de un Madrid-Barça o un Madrid-Atleti, mejor no insistir y probar fortuna en otra puerta. Así se explica el sobre aforo que tenía el estadio en las zonas de pie. He llegado a sentir durante un partido que no tocaba el suelo con los pies, me ha faltado aire que respirar, me han aplastado... A veces no pasan más cosas no se sabe bien por qué.

¿Cómo llegó el final del fútbol de pie? En mi caso, antes de que se obligara a que el aforo completo de los estadios fuese de asiento. Se produjo en el famoso día de la portería, en la semifinal de la Copa de Europa de 1998 contra el Borussia de Dortmund. Lo que pasó es de sobra conocido. En el fondo, aquello fue una lección de civismo porque no pasó nada grave, las cien mil personas congregadas aguantaron la espera estoicamente sin echar la culpa a los que provocaron esa situación. Mientras, sentado como podía en el suelo tras casi cinco horas de pie, comprendí que aquello se había acabado. Ya no tenía sentido para mí. Tocaba disfrutar del fútbol de otra manera, ni mejor ni peor, distinta como es verlo sentado. Aquella fue una época de la vida, tuvo su etapa y a veces la echo de menos.

lunes, 28 de octubre de 2013

Mis experiencias con Lou Reed


Tuve con Lou Reed dos experiencias. La primera aconteció en febrero de 1992 en el Palacio de Congresos del Paseo de la Castellana. En aquella época apenas tenía 20 años y ocasionalmente trabajaba en conciertos, cortando entradas, controlando los accesos, etc... Reed vino dos días seguidos a tocar, presentaba su disco “Magic and loss” y yo estuve trabajando los dos días.

Claro, al tratarse de quién era, imaginaba que habría puñaladas traperas entre los que allí trabajábamos por poder estar dentro del auditorio y ver los dos conciertos, pero muchas menos de las esperadas por mí, algunos salieron espantados proclamando que “éste es peor que Leonard Cohen”, tanto peor para ellos. El primer día me quedé fuera. Sí pude mirar por los cristales de las puertas de acceso durante la prueba de sonido y ver a Reed ir de abajo a arriba, imagino que comprobando cómo sonaba la banda en las distintas localidades del auditorio. Me impactó sobremanera cómo andaba, parecía tener un brazo agarrotado y cojeaba ostensiblemente. Mientras miraba por los cristales, uno de los socios de la empresa para la que trabajaba, dijo mientras miraba también a mi lado por la puerta: “todavía me acuerdo del día de su concierto en el campo del Moscardó”. Eso fue todo el primer día.
El segundo día, me tocó dentro, bajo la excusa, cierta, de que estaba estudiando un curso de sonido, me colocaron con mi peto naranja al lado del técnico de P.A.
1 para poder echar un ojo cómo curraba. Si les soy sincero, apenas recuerdo nada del concierto en sí salvo los bises que fueron míticos. Manuel Martínez Cascante dice en la crónica de ABC del 6 de febrero de 1992: “Reed acabó por irritar a una audiencia ávida del lado salvaje de la vida, con el que poca relación guarda el Lou de hoy. Después del descanso, unas pocas canciones del disco “Songs for Drella” y del “New York”, un poco tarde para levantar un concierto entre recogido y místico, fúnebre y tenebroso. Un espanto, vaya.”
Para Javier Pérez de Albéniz en El País el mismo día: “...los primeros 60 minutos fueron un recorrido lineal y -en ocasiones-, soporífero, por su último disco, titulado “Magic and loss”. “Vamos de una vez, plasta”, gritaban algunos. Otros le bautizaron como el
camarón americano”. Nada halagüeño, la verdad.
Lo que yo sí recuerdo, como he dicho, son los bises:
Sweet Jane, Rock and roll, Walk on the wild side, Satelite of love y Vicious. ¡Cómo olvidarlo! Algunos de mis amigos que trabajaban conmigo estaban arrodillados justo debajo del escenario (éste no es muy alto) y ante tal cúmulo de himnos no podían hacer otra cosa que sonreir, alguno incluso moviendo las piernas como podían, en una especie de baile de pato, llevándose luego la correspondiente reprimenda de los jefes. Que le quiten lo bailado, nunca mejor dicho.
Al finalizar el concierto, este mismo jefe, nada rencoroso, viendo que éramos fans, nos dijo a mis camaradas y a mí si le queríamos acompañar de los vestuarios al autobús, “sin que nadie le moleste ¿eh?” refiriéndose a nadie de la calle, ni nosotros, claro. Muy obedientes, así lo hicimos, en cuanto salió por la puerta le rodeamos haciendo un círculo con nuestros brazos. Reed nos miraba como diciendo “éstos qué hacen”, máxime cuando de la puerta de salida hasta el autobús había unos diez metros y en la calle había... un chaval que le pidió educadamente un autógrafo, él se lo concedió y se metió en el autobús, de dos pisos, con el resto de músicos para continuar su gira. Podíamos haberle freído a halagos, darle la brasa un poco, autógrafos, no sé, algo... E-RA-LOU-REED-SE-ÑO-RES, el líder de la Velvet, el amigo de Warhol, de Bowie... y estaba con nosotros... Nos pudo la profesionalidad, es lo único que se me ocurre decir.

La segunda experiencia con Lou Reed fue en 2004 en los llamados Conciertos del Nuevo Milenio en el Monte do Gozo, Santiago de Compostela. En principio iba a ver a Bowie, pero un repentino problema cardiaco le hizo caerse del cartel y fue sustituído por Reed. Lo que relataban los cronistas de los conciertos del 92 se quedaba muy corto con lo que allí se vivió. La decepción, el aburrimiento, la sensación de tomadura de pelo, la empatía cero con el público puede resumir el concierto. A veces se escuchaba más el rumor del público hablando, aburrido, que al propio Reed con su guitarra. Los bises fueron Perfect day que uno de mi alrededor cantó a su par burlonamente sin que ni siquiera nadie tuviera ganas de hacerle callar, tal era el asqueamiento, Sweet Jane y no sé si alguno más. De horror.

Como decía Bill Shankly, entrenador del Liverpool F.C., de su rival el Everton F.C.: “si el Everton jugara un partido en el jardín de mi casa, correría las cortinas”, lo mismo me pasaba a mí con Lou Reed, si hubiera tocado en el bar de abajo de mi casa, habría echado la persiana. Él fue una referencia obligada, un músico y letrista de los mejores del mundo, Perfect day es quizá su mejor letra, para mí claro. Nos quedan sus discos para disfrutar su música, para siempre.


1 Public Address: el técnico de P.A. controla y mezcla lo que escucha el público en un concierto; lo que escuchan los propios músicos es otro sistema independiente denominado monitores y su técnico suele estar en uno de los costados del escenario.